El 2 de Mayo
Mientras, en la península, el día
2 de mayo, los carros con el resto de la familia real estaban a punto de partir
hacia Bayona cuando la muchedumbre, que se arremolinaba ante el palacio esperando
su salida, comienza a enfrentarse a los soldados franceses de Rucher,
lugarteniente de Murat, y el general Lagrange. El conflicto se va extendiendo
por las calles de Madrid hasta convertirse en una revuelta generalizada, en la
que participaron personas de todo tipo de profesiones.
Tras un duro día de combates, el
ejército francés consiguió finalmente aplastar la revuelta. Los detenidos
fueron condenados a muerte y fusilados entre los días 2 y 3 para servir de
escarmiento. Hubo un intento más de revuelta tras estos acontecimientos que no
triunfó por la intervención de las autoridades españolas, pero el alzamiento
definitivo no tuvo lugar hasta finales de mayo, cuando llegaron las noticias de
lo sucedido en Bayona.
Estos hechos marcan un inicio
poco común para la guerra, ya que los primeros combates se produjeron de forma
espontánea sin una declaración formal de guerra entre países, que se llevaría a
cabo el día 3 de mayo de la mano del alcalde de Móstoles.
Conflictos en las Península
El vacío de poder por la ausencia
de los reyes llevó a los españoles a constituirse en juntas que trabajaron
tanto a nivel provincial como más local, llegando a repartir armas entre la
población para ayudar en la defensa del territorio. Pero la organización entre
ellas era nula, y al estar las juntas repartidas por tantos puntos del país y
la incapacidad de ponerse de acuerdo entre ellas hacía extremadamente difícil
la coordinación de las tropas españolas. La Junta Central, creada el 25 de
septiembre de 1808 se crea para tratar de solucionar este problema. Estará en
marcha hasta el 29 de enero de 1810, momento en que fue sustituida por el
Consejo de Regencia.
Cada reino o provincia organizó
su propio ejército, depurando antiguas autoridades para ascender a militares de
rango más bajo en su lugar. Las tropas españolas estuvieron, durante toda la
guerra, mal alimentadas y equipadas, en la mayoría de casos sin haber recibido
una instrucción formal, y al estar integradas por hombres del mismo territorio,
en ocasiones ponían los intereses locales por encima de los de la defensa del
conjunto del país, complicando aún más la situación.
La Grande Armée en España
Las tropas napoleónicas, por otra
parte, eran un ejército disciplinado, bien entrenado, con experiencia y bien
equipado. La única desventaja notable que tenían frente a los españoles era
que, al estar los ejércitos de estos tan esparcidos y desorganizados, no había
ningún punto clave que pudiesen atacar para sentenciar la guerra. En su punto
álgido, se calcula que llegaron a haber más 250.000 soldados franceses en la
península con el propio Napoleón al frente (conocida como la Grande Armée),
formando una maquinaria de guerra tan bien engrasada que el conflicto acabó por
decantarse del lado español puramente por la persistencia de la población y por
la intervención inglesa, los cuales tuvieron alrededor de 50.000 hombres
luchando en el territorio.
En efecto, los seis años de
guerra se pueden dividir en varias fases de las que los españoles raramente
salieron bien parados. Durante la primera etapa, que duraría hasta julio de
1808, se produjeron una serie de sitios de ciudades, los más notables de los
cuales fueron los de Valencia, Girona y Zaragoza que acabaron con la
capitulación francesa, pero a un coste altísimo: más de 100.000 hombres fueron
hechos prisioneros o cayeron en combate, sin contar todas las vidas civiles que
se perdieron.
Tras la batalla de Bailén, en la
que las tropas del Dupont tuvieron que retirarse, José abandonó Madrid y los
españoles retomaron la capital. En septiembre, la Junta Suprema Gubernativa del
Reino decidió dividir el ejército español en cuatro secciones: la derecha, con
el general Vives al mando y tropas de Cataluña, Baleares, Murcia y de Granada;
la centro, dirigida por Castaños, con hombres de Andalucía, Castilla,
Extremadura, Valencia, y un refuerzo de 20.000 ingleses; la izquierda,
comandada por Blake y más tarde el Marqué de la Romana, con tropas de Galicia,
Asturias, Santander, Vizcaya y caballería de Castilla; y por último una reserva
aragonesa con Palafox al mando, que se creó sin saber cuál sería su función.
Esta división no durará hasta el
final de la guerra, puesto que a partir de este momento se hace patente la
descoordinación y poca preparación de las tropas españolas, y las victorias
francesas se vuelven sistemáticas hasta 1812, destruyendo así la estructura
militar española, que se calcula que apenas contaba con 100.000 hombres
llegados a 1811.
Pese a sufrir derrota tras
derrota y haber perdido la guerra desde un punto de vista objetivo, la
resistencia nunca llegó a ser aplacada, y las guerrillas se multiplicaron,
puesto que el ejército español no tenía suficientes números para plantar
batalla directa y salir airoso.
En 1812 se produce el gran giro
del transcurso de la guerra, con los ingleses todavía presionando a los
franceses, y la retirada de unos 22.500 franceses, algunos de los mejores que
tenía su ejército, para luchar en el frente ruso. Las guerrillas españolas
también siguieron actuando por su cuenta, pese a todos los esfuerzos del
ejército por regularizarlas.
Se recupera territorio
progresivamente gracias a la ayuda inglesa, hasta que el ejército español logra
llegar a la frontera pirenaica. Wellington toma el mando de las tropas locales
el 1 de enero de 1813, poniendo finalmente una cabeza clara al frente de los
ejércitos, que llegados a este punto eran una mezcla de españoles, ingleses y
portugueses que luchaban por la expulsión de los franceses.
El último combate que se produjo
en territorio español fue en San Gervasio, el 16 de abril de 1814. En ningún
momento el ejército español llegó a cruzar la frontera e invadir territorio
francés.
El Fin de la Guerra, el tratado de Valençay
La paz fue firmada por Fernando
VII y Napoleón en Valençay, el 4 de diciembre de 1813. Con él se restablecían
las buenas relaciones entre los dos países y las hostilidades entre ellas
cesaban tanto a nivel continental como en sus posesiones de ultramar. Napoleón
reconocía al nuevo monarca y sus sucesores, y a la vez se aseguraba de que sus
partidarios durante la guerra no sufrieran represalias del nuevo gobierno:
todos los españoles que habían estado al servicio de José recuperarían su
estatus anterior junto con las posesiones que les hubieran sido arrebatadas, y
los que prefiriesen quedarse fuera de España dispondrían de 10 años para vender
sus posesiones en la península, conservando también los derechos de sucesión.
La ocupación militar sería regulada por un convenio militar con el fin de
evacuar a los soldados franceses e ingleses que quedaban en el territorio, y
los prisioneros, incluidos los tomados por los ingleses, serían retornados a
sus respectivos países, así como las propiedades sustraídas por ambos bandos
durante la guerra.
CRISTINA
Corella Fuente, Historiadora